Los Gran Cacao
La locura mono-productiva y la burocracia que destruye la inversión a largo plazo
A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, la ciudad de Vinces, ciudad costera de Ecuador, cercana a Guayaquil, entró en el llamado boom del Cacao. Fue un periodo de una gran prosperidad económica, pues la variedad de Cacao ecuatoriana era considerada superior a las variedades que venían de otras partes del mundo.
Tal era la prosperidad que los grandes hacendados comenzaron a mandar a sus hijos a estudiar a Guayaquil, el puerto principal del país, y conforme su riqueza crecía emigraban las familias a París, principal comprador de este producto. A su vez, estos hacendados o sus familias que vivían en Paris por temporadas e incluso de manera indefinida, comenzaron a copiar modas y estilos que se veían en dicha ciudad. Hay que recordar que en esa época, si bien es cierto Estados Unidos comenzaba a descollar en el escenario económico mundial, su influencia seguía siendo relativamente menor a la que podían tener los franceses. Francia, y París en particular, descollaban en el escenario mundial. Aunque la revolución francesa había sido altamente traumática y luego el expansionismo Napoleónico había hecho temblar a Europa y al final Francia había sido derrotado, su cultura e influencia se sentía en todo el mundo.
El fenómeno se lo podía ver en Buenos Aires, Ciudad de México y otras grandes capitales sudamericanas, y sin embargo lo de Vinces era una cosa descabellada pues Vinces no era capital de país y solo era un pequeño pueblo donde estos ricos hacendados no solo copiaban la moda parisina si no que empezaron a construir y diseñar su ciudad con cierto aire parisino. La diferencia era que mientras en París se usaba mármol y estructuras más permanentes, finos artesanos y ebanistas locales reproducían en madera lo que se veía en Paris a nivel arquitectónico. Incluso Vinces contaba con una reproducción de la torre Eiffel, construida poco más de 20 años después de haberse erigido la original en Francia. Esto dio lugar a que Vinces se haya ganado el apelativo de “Vinces, París chiquito”. Sus grandes hacendados y sus familias era llamados, o se hacían llamar, Gran Cacao, que venía a ser sinónimo de familias adineradas o de alta alcurnia. Vinces fue por ejemplo una de las primeras ciudades del Ecuador, después de Guayaquil, en tener electricidad a inicios del siglo XX.
Pero Vinces no fue la única beneficiaria de esta riqueza. También lo fue Guayaquil, pulmón económico de Ecuador por donde salía toda esa carga para Europa. La carga llegaba a Hershey, Pennsylvania, en Estados Unidos; a Paris en Francia y a Suiza. Localmente al cacao se la llamaba la Pepa de Oro, por la riqueza que traía, y era convertida en los más finos chocolates que engolosinaban a los americanos y a los europeos. Lo curioso de esta historia es que en Ecuador nunca hubo una gran industria chocolatera de exportación. Cualquier ecuatoriano dirá que no hay mejor chocolate que los de la Universal, empresa de Guayaquil, fundada por inmigrantes italianos a inicios del Siglo XX. Sin embargo, el negocio en Ecuador no estaba en la producción de un buen chocolate, esto recién se dio a pequeña escala a comienzos del Siglo XX para consumo interno. El negocio millonario estaba en las plantaciones de cacao que era el ingrediente para hacer el chocolate. Recuerdo en mi infancia añorar los chocolates americanos o los chocolates suizos, pero nunca se me hubiera ocurrido en aquellos lejanos tiempos en los 70’s, pedir los chocolates de la Universal. Solo fue en mi adolescencia y entrando a la edad adulta que aprendí a apreciar esos chocolates ecuatorianos. El boom del chocolate o la cocoa refinada recién se vino a dar en Ecuador a finales de los 90’s con el relanzamiento de la Universal y el desarrollo de otras marcas como Pacari que buscan producción más premium para exportación de chocolates hechos con cacao ecuatoriano.
En cuanto al cacao ecuatoriano, el boom de este producto desapareció casi por completo alrededor de 1920, pues una plaga llamada “la escoba de la bruja” diezmó las plantaciones hasta casi desaparecer la producción local. Las haciendas se vendieron a precio de remate o precio de gallina con peste, y fortunas enteras se perdieron. Las familias que vivían con mucho lujo y a mucho costo en Europa, los Gran Cacao, en muchos casos tuvieron que regresar al país pues su fuente de ingresos se había agotado. Adicionalmente, Ecuador entró en una recesión económica, como el resto del mundo a partir de los años 30’s.
Lo que había sucedido en Ecuador era lo que los expertos económicos denominan la Tulipomanía, la locura por la producción casi única de un producto, en la que productores se dedican casi por completo en desarrollar dicho producto, hasta que llega el colapso especulativo o como en este caso una plaga que destruye la producción local.
Por supuesto el boom cacaotero no ha sido el único boom que Ecuador ha tenido. Ssi algo no se puede criticar a los ecuatorianos ha sido la capacidad empresarial que han tenido de sostener no uno, si no cuatro diferentes booms en el siglo XX: el cacaotero, el bananero, el petrolero, y el camaronero. Sin embargo, lo que ha fallado en Ecuador y me atrevo a extrapolar a otros países hispanoamericanos que pasaron por procesos similares como el boom del caucho en Peru y Brasil o la soja en el cono Sur, o el gas, es que las economías locales han sufrido de ser mono productoras. Muy pocas veces han sido industrias que se han integrado verticalmente, es decir, que no solamente producen materia prima, sino que elaboran un producto más refinado y con mayor valor agregado que compite a nivel mundial. Esto no es culpa de la visión de corto plazo de los empresarios, sino más bien de las condiciones institucionales de nuestros países, donde invertir a largo plazo o en productos que en el largo plazo generen riqueza adicional, aún en ausencia del producto que inicialmente empezó está bonanza, es una cosa de locos y una labor imposible debido a las trabas burocráticas existentes o que se terminan creando para “fomentar” o “proteger” la industria. Ahi está la diferencia con otras economías “ricas en recursos naturales” pero a su vez ricas a nivel general, como la americana, la australiana, o la canadiense. En dichos países el ser los grandes millonarios de los recursos naturales no solo estimula una riqueza pasajera que desaparece ante la primera crisis. Esto se debe más que nada a que invertir a largo plazo no solamente es factible si no que es imprudente no hacerlo.
Las industrias de recursos naturales dan inicio a una prosperidad que se convierte en industrias más avanzadas y refinadas, y el rol del gobierno es no meterse a salvar a nadie, ni a estimular a nadie, y el que invierte a 30 años o a 100 años sabe que su industria no va a ser confiscada o gravada mediante impuestos leoninos por considerársela demasiado rica. Cuando viene el colapso en donde muchos fracasan por el exceso de inversión especulativa, no hay gobierno que entre a salvar a los inversionistas ni el gobierno entra a proteger los precios de nada. Simple y llanamente la industria se consolida o ve la forma de mantener su ventaja competitiva desarrollando productos más elaborados que devuelvan a los empresarios los beneficios que se han perdido debido a esta sobre inversión. Así paso en los 2000 con la burbuja de los dot com o del internet en Estados Unidos, también pasó lo mismo con el colapso que hubo en la industria petrolera a inicios de los 2000 por el agotamiento de nuevas fuentes de petróleo en Estados Unidos. Esta escasez dio paso a la industria del fracking que era sacar petróleo de los pozos aparentemente agotados y secos, y así continuamente, sin ayuda del gobierno, la industria se va reinventando y desarrollando maneras más eficientes de aprovechar el mercado, de generar más ganancias y de sacar del mercado a los que fracasaron o sobre invirtieron.
Esto no quiere decir que estas sociedades sean perfectas y por supuesto en esos países desarrollados también hay gente que quisiera repetir los patrones hispanoamericanos de protección y fomento. Hay un fenómeno más bien reciente donde la hiper regulación medio ambiental, laboral, o de cualquier tipo es ahora la primera reacción del mundo político ante el surgimiento de nuevas tecnologías. Ha pasado con la industria petrolera, de los vehículos eléctricos y lo quieren hacer ahora con tecnologías emergentes como la inteligencia artificial o aeroespacial. Elon Musk se quejaba mediante un tweet hace unos días, que los reguladores de la industria aeroespacial han ralentizado todos los trámites necesarios para acelerar el desarrollo de vuelos espaciales y que de no mediar cambios o una administración diferente, estamos condenados al fracaso.
La historia de los Gran Cacao es una historia simpática de las tantas que hay en nuestra Hispanoamérica como las bananeras de Aracataca en Cien Años de Soledad, o el desarrollo y las condiciones de la Industria del caucho en el Sueño del Celta. Quisiera cerrar este comentario recomendando la novela de Lorena Hugues, escritora ecuatoriana, pero residente en Estados Unidos desde los 18 años. Su novela “The Spanish Daughter”, o en español “La Hija Española”. escrita inicialmente en inglés, me encantó leerla, pues me permitió rememorar un poco historias familiares que conocía de París chiquito y los Gran Cacao, y reflexionar sobre esta costumbre tan hispanoamericana de crear fortunas efímeras y por qué ocurre este fenómeno en nuestra región. La novela tiene excelentes críticas y los grandes medios de prensa americanos como el Washington Post la han reseñado muy positivamente por sus fuertes roles femeninos de inicios del siglo XX. A mí en particular, aunque me gusta ver novelistas hispanos triunfar con la lengua de Cervantes a través de traducciones para el mercado angloamericano, no menos notable es ver novelistas hispanos triunfar en la lengua de Shakespeare que no tiene esa riqueza expresiva con la que cuenta nuestra lengua, aunque si es cierto que el inglés es mucho más directo. La obra la leí en inglés directamente, pero espero que en español suene tan bien como me sonó en inglés.
En todo caso si tan solo pudiéramos sacarnos de encima todas estas taras culturales sub desarrollistas que promueven la sobre regulación o el proteccionismo y que frenan la inversión a largo plazo, y un desarrollo sostenido a lo largo del tiempo, evitaríamos estar enfrascados en las bonanzas de los productos primarios, muy probablemente seríamos una potencia, no solo literaria, si no cultural y económica.
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